Fecha: septiembre 2, 2019
Autor: Eduardo J. Estrada Montenegro
Categorías: ACTUALIDAD / CULTURA Etiquetas:
Septiembre, mes que abarca celebraciones patrióticas en Nicaragua, es un lapso de tiempo que también se rememora la historia trágica de Nicaragua. No solo se celebra la independencia del país, sino que también se conmemora la expulsión de los filibusteros del país.
La trascendencia de la Guerra Nacional, y que en Costa Rica celebran como Campaña Nacional, podría tal vez valorarse con las palabras del historiador francés, Elisee Reclus, quien dijo que la derrota de los filibusteros había sido el Maratón de América.
La Guerra Nacional más que un triunfo para los nicaragüenses, es una afrenta para la memoria oficial e histórica, de ahí, ese mecanismo de negación y represión en no revivir los hechos en toda su dimensión histórica. Todos los años se hacen celebraciones y se repite la diatriba antiimperialista que distorsiona los hechos históricos
Los orígenes de la guerra se pueden ubicar cronológicamente con la toma de posesión en 1853 de Fruto Chamorro como Director de Estado. En su discurso inaugural anunció su deseo de reformar la constitución de 1838 y enfatizó que su objetivo era instaurar el orden y para ello prometía “prevenir los males antes que remediarlos”, frase que fue interpretada como una amenaza a la legalidad por la oposición liberal.
Efectivamente, cuando la nueva constitución fue decretada el 30 de Abril de 1854, los liberales la calificaron de absolutista, especialmente porque no convocaba a nuevas elecciones, como debía ser y la Asamblea reeligió como presidente de la República –como se empezaría llamar Nicaragua—al mismo Fruto Chamorro, en una acción reeleccionista que tendría graves consecuencias para la historia del país, debido a la forma ilegal en que se llevó a cabo, según lo percibieron los agentes políticos de la oposición.
La revolución no se hizo esperar y en los primeros días de mayo de 1854, el general Máximo Jerez desembarcó con sus tropas en el Realejo, Chinandega, para luego tomarse por sorpresa la plaza de Chinandega y extenderse a León. Desde la capital liberal las tropas revolucionarias marcharon contra Granada, ciudad a la que a pesar del sitio que impusieron no pudo ser tomada. Pasaron muchos meses sin que la guerra tomara un giro decisivo, y es en esa etapa que los liberales tratan de reforzar sus fuerzas militares, contratando más filibusteros, contrato que a la postre iban atentar contra la incipiente república.
William Walker y sus cincuenta y siete inmortales, como él mismo llamaba a sus mercenarios, desembarcaron en Nicaragua en junio de 1855, contratados por Francisco Castellón, líder de los liberales de León, y a los que nacionalizo con un simple juramento en voz alta frente a la falange. Walker fue recibido con grandes expectativas por los liberales, pues pensaron que con su reforzamiento, iban a tomar una acción decisiva contra los granadinos. Este es el tema del libro William Walker, ilusiones perdidas.